El tejo, árbol de gran valor cultural y etnográfico

La cultura del tejo es muy amplia y prácticamente todos los pueblos que han convivido con este lo han considerado un árbol sagrado, existiendo multitud de tradiciones y mitos, y una cultura del tejo extraordinariamente arraigada a día de hoy, una contribución de asombrosa riqueza y diversidad al patrimonio inmaterial.

Debido a su carácter perenne, su longevidad asombrosa y su toxicidad, el tejo ha sido contrariamente  símbolo de muerte y de vida eterna, formando parte de rituales, creencias y leyendas muy arraigadas en territorios distintos.
 
La presencia del tejo en la literatura antigua
 
El empleo de las plantas por el ser humano (alimento, vestidos, medicinal, etc.) es una de las actividades que ha dejado registros históricos más antiguos. Uno de los de mayor antigüedad proviene de Mesopotamia, donde el Rey de Babilonia, Marduk-Apal-Iddina II (Potts 1997), en el siglo VIII a. C., relaciona en una tablilla asiria un listado de más de 60 nombres (en acadio) de plantas cultivadas en los jardines Reales. Siglos después, el filósofo Aristóteles [384-322 a. C.] en el siglo IV a. C. realizaba un compendio de escritos en los que formulaba una clasificación específica de las plantas basada en su forma, período de vida y hábitat.

El tejo en la Grecia clásica

La presencia del tejo en la literatura es casi tan antigua como las primeras aportaciones escritas a la botánica. Y sería precisamente también en la Grecia clásica, cuando un discípulo del propio Aristóteles, Teofrasto de Ereso [372-287 a. C.], realizará la primera mención al tejo en la escritura histórica, en su obra La historia de las plantas (De historia plantarum en latín, Περὶ φυτικῶν ἱστοριῶν α'-θ' en griego).

Algunos autores han interpretado que incluso el tejo fue citado mucho antes por el poeta griego Eurípides [484-406 a. C.] en su obra “Las bacantes”; sin embargo, esta opinión no es compartida por otros filólogos y en la actualidad se ha descartado esta hipótesis. La confusión proviene de la interpretación que se realiza al analizar los términos griegos empleados a la hora de designar al tejo (táxos, smîlos, mílos). Teofrasto al tejo lo denomina mílos, término que posee una cierta afinidad con la mílaki de la que habla Eurípides, por lo que Tovar (1955) interpreta que Eurípides se refiere al tejo, y que por tanto la referencia escrita a la especie se produciría más de un siglo antes de lo que se creía. Esta opinión no es compartida por otros autores (García Gual & de Cuenca 1979, Fernández Galiano 1991), que entienden que la mílaki (forma ática de smílaki) de Eurípides se refiere a la zarzaparrilla (en la botánica actual, incluida en el género Smilax). En este sentido, el propio Teofrasto se refiere a la zarzaparrilla como Smílax (Hort 1916, Díaz-Regañón 1988), diferenciándola inequívocamente del tejo (mílos).

En todo caso, Teofrasto hace repetidas referencias al tejo, indicando que es una especie arbórea silvestre (no se incluye en las especies cultivadas), perennifolia, que son propios de zonas montañosas pero que crecen en zonas de valle, indicando los momentos de floración y fructificación, crecimiento rápido. En un apartado realiza una descripción ex profeso para la especie, indicando porte, hojas, madera, corteza, raíces, frutos, variantes geográficas, temperamento umbrófilo o usos de su madera. También hace referencia al potencial tóxico del tejo, indicando que las caballerías mueren con la ingesta de sus hojas, mientras que los rumiantes son tolerantes.
 
Teofrasto de Ereso - De Historia Plantarum (Περὶ φυτικῶν ἱστοριῶν α'-θ')
Libro I 9,3
Árboles caducifolios y perennifolios
“Los árboles son o bien de hoja perenne o bien de hoja caduca. […] de entre los silvestres, el abeto blanco, la picea, el cedro fenicio, el tejo […]”
Libro III 3,1
Árboles de montaña y de llanura
“He aquí los árboles propios de las montañas que se crían en la llanura. […] el boj, el madroño, el tejo, el cedro fenicio […].”
Libro III 3,3
Árboles silvestres de hoja persistente y de hoja caduca
“Ahora bien, de los árboles silvestres, son perennifolios los que antes fueron mencionados: […] boj, madroño, tejo, el cedro fenicio […].”
Libro III 4,4-6
Maduración del fruto de algunos árboles silvestres y cultivados
“El terebinto fructifica poco más o menos cuando se siega el trigo […] el abeto y el tejo florecen un poco antes del solsticio. Ambos dan su fruto después del ocaso de la Pléyade […] También la hiedra, la sabina, la picea, y el madroño son de tardía fructificación. Pero como dicen los habitantes de Arcadia, todavía de fructificación más tardía que éstos y casi más que todos son el bonetero, el cedro oloroso y el tejo.”
Libro III 6,1
Árboles de crecimiento rápido y de crecimiento lento
“Hay árboles de crecimiento rápido; otros de crecimiento lento. De crecimiento rápido son los que están arraigados junto al agua […]. Los que crecen más rápidos son el tejo, el cerezo […].”
Libro III 10,2
Descripción del tejo
“También el tejo tiene una sola especie. Crece derecho, con facilidad, y es semejante al abeto, sólo que no es tan alto y es mucho más ramificado. También su hoja es semejante a la del abeto, pero más lisa y suave. La madera de la variedad de Arcadia es negra o roja, pero la del Monte Ida es de un amarillo brillante y semejante al enebro oxicedro, por lo cual dicen que los comerciantes engañan vendiéndolo como si fuera madera de este arbusto, porque éste es todo corazón cuando se le quita la corteza. Su corteza parece también a la del enebro oxicedro, en la aspereza y en el color. Pero tiene las raíces pequeñas, delgadas y superficiales. Este árbol escasea en el monte Ida, pero abunda en macedonia y Arcadia. Produce un fruto oblongo, poco mayor que una judía, el cual es rojo y terso: dicen que si las caballerías comen sus hojas mueren, mientras que los rumiantes no sufren ningún daño. Hay hombres que comen su fruto, que es dulce e inocuo”.
 
Libro IV 1,3
Cada árbol tiene un lugar apropiado para su desarrollo
“El tejo, el cerecino y la efedra gustan grandemente de los lugares umbrosos”
Libro V 7,6
Ejemplos diversos de otras maderas
“[…] El tejo se usa para las labores ornamentales adjuntas a cómodas, escabeles y cosas por el estilo”
Algunos autores han adoptado una postura neutra, como Filhol (1999), que considera que resulta complicada la traducción de dichas obras, de forma que mantiene el término griego sin decantarse por una especie botánica en concreto. Lo que queda claro es la similitud fonética entre ambos términos, que en latín seguirán siendo empleados en el momento de citar a los autores que escriben en griego (Prioreschi 1996).

El tejo en el Imperio Romano

Una de las primeras referencias al tejo durante el Imperio Romano será para destacar las propiedades tóxicas de la especie, y los usos que de éstas realiza la población. Esta aportación vendrá a cargo de Cayo Julio César [100 a. C. – 44 a. C.], conocido como Julio César, que fue un importante líder militar y político romano, y que durante la fase más tardía de la República romana llegó a ser nombrado dictador vitalicio. No obstante, antes de dicho nombramiento Julio César ostentó el cargo de procónsul de la provincia de la Galia, donde ejerció una belicosa política contra los pueblos que se oponían a la ocupación romana, que él mismo plasmaría en su libro La Guerra de las Galias (De Bello Gallico en latín), redactada en tercera persona y en la que describe las batallas y episodios que tuvieron lugar durante el período 58 a. C. – 50 a. C.

En este escenario bélico, Julio César dedica un pasaje en el que indica que los eburones, tribu que moraba al Norte de las Galias (en la zona que actualmente ocupan el Este de Bélgica, Sur de Holanda y Oeste de Alemania, entre los ríos Mosa y Rin fundamentalmente), empleaban el zumo de tejo para suicidarse en el momento en que se veían obligados a sucumbir al ejército invasor. Para ello, relata cómo uno de los reyes de los eburones, Cativolco, se suicidaba con el brebaje tóxico ya que no era posible seguir plantando cara al enemigo ni fugarse con garantías, espoleado por la huida del otro rey de los eburones, Ambiorix. Resulta interesante cómo Julio César destaca la facilidad para estos pueblos de disponer del veneno elaborado a base de tejo, dado que en la Galia y en la Germania había gran abundancia de esta especie.
 
Julio César – Guerra de las Galicas (De Bello Gallico)
Libro I 9,3
VI, XXXI
“Cativolco, rey de la mitad del país de los eburones, cómplice de Ambiorix, agobiado por la vejez, no pudiendo aguantar las fatigas de la guerra ni de la fuga, abominando de Ambiorix, autor de la conjura, se atosigó con zumo de tejo, de que hay gran abundancia en la Galia y en la Germania”.
La referencia a los eburones tiene una doble importancia en el caso del tejo. De acuerdo a numerosos autores (Albertos Firmat 1972, 1975), la raiz “eburo-” procede de las lenguas prerromanas, y su significado es “tejo”. De este modo, el gentilicio “eburones”, hace alusión a un lugar donde hay abundancia de tejos, al menos como para ser un elemento característico del paisaje que provoque que los que residen en dicho territorio se denominen de ese modo. Quizá incluso esta derivación etimológica tiene una gran relación con el episodio narrado por Julio César, de forma que el nombre de esta tribu vendría impuesto por el empleo tradicional del veneno elaborado a base de tejo. De igual modo, la toponimia con raíz “eburo-” se ha encontrado presente a lo largo de la historia de Europa, siendo posible citarla (Toorians 2000) en Gran Bretaña (Eburakon, en la actualidad York), Francia (Ebriaco, en la actualidad Ivry-la-Bataille; Evriacum, en la actualidad Ivry-le-Temple; Eburobriga, en la actualidad Avrolles), Portugal (Ebora, en la actualidad Évora; Eburobrittium, en la actualidad Óbidos, Eburobriga, en la actualidad Évora de Alcobaça) o España (Ebureinius, en la actualidad Berzocana), y a estos lugares se les atribuye que el significado de los mismos es “lugar de tejos”.

Estrabón [63 a. C.– 19 d. C], fue un geógrafo e historiador griego, así como gran viajero que aprovechando la Paz Romana, recorrió gran parte del mundo conocido durante el Imperio Romano. Estrabón es conocido fundamentalmente por su obra Geografía (en griego Γεωγραφικά [Geōgraphiká], en latín Geographica), escrita en griego. En esta obra el autor recogerá la resistencia de los pueblos cántabros a la conquista del Imperio Romano, indicando que acostumbran a llevar un veneno mortal que emplean sobre sí mismos en caso de caer derrotados. Aunque recientemente algunos autores han interpretado que este veneno es elaborado a base de tejo (Peralta 2000, Álvarez-Lario & Álvarez-Roy 2017) de acuerdo a las propiedades tóxicas que se describen, esta hipótesis de forma clásica no ha venido siendo manejada, puesto que la descripción botánica de la planta no se asemeja para nada a un tejo, de forma que la mayor parte de autores (Cortés 1835, Jones 1949) venían creyendo que la planta a la que se refiere Estrabón debe ser una apiácea, probablemente la cicuta.
 
Estrabón – Geografía (Γεωγραφικά)
Libro III, 4.18
Sobre los cántabros
“También es una costumbre ibérica tener habitualmente a mano un veneno, que es hecho por ellos de una hierba que es casi como el perejil y sin dolor, a fin de tenerlo listo para cualquier eventualidad repentina; y también es una costumbre ibérica dedicar sus vidas a quien sea que se apeguen, incluso hasta el punto de morir por ellos.”
Cayo Plinio Segundo [23-79], conocido como “Plinio el Viejo” fue un escritor, científico, naturalista y militar latino, que realizó estudios sobre fenómenos naturales, etnográficos y geográficos, recopilados en su obra Naturalis historia (Historia Natural), la cual fue empleada hasta la Baja Edad Media como modelo de enciclopedia (Langlow 2000, Rackham 1960). Plinio en esta obra, escrita en latín, ya denomina al tejo como taxus, aunque también indica el nombre griego (milax) de la especie, cuando cita a Quintus Sextius [70 – 50 a. C.], filósofo romano que fundó una escuela filosófica que combinaba aspectos de las escuelas pitagórica y estoica (Di Paola 2014). No obstante, Plinio usa el mismo nombre (milax) a la hora de referirse a la zarzaparrilla, si bien al referirse a esta última, amplía su denominación a aspera milax (Blánquez Fraile 1960), de forma que desaparece la confusión entre ambos términos griegos que ocurría entre Teofrasto y Eurípides.
 
Plinio – Historia Natural (Naturalis historia)
Libro XVI, XX, 50
La naturaleza de los árboles silvestres: sobre las coníferas
“Además, para no dejar de lado ninguna variedad, se parece a estos árboles en apariencia el tejo, verde suave en su totalidad y de forma esbelta, con una apariencia sombría y aterradora; no tiene savia, y es el único árbol de toda la clase que lleva bayas. El fruto del tejo macho es dañino; de hecho, sus bayas, particularmente en España, contienen un veneno mortal; incluso se sabe que las botellas de vino para viajeros hechas en Francia de su madera causan la muerte. Quintus Sextius dice que el nombre griego para este árbol es milax, y que en Arcadia su veneno es tan activo que muere la gente que va a dormir o hacen un picnic debajo de un tejo. Algunas personas también dicen que esta es la razón por la cual a los venenos se los llamaba 'taxicos', que ahora pronunciamos 'tóxicos', que significa 'usados para envenenar flechas'. Se ha establecido también que un tejo se vuelve inofensivo si se clava un clavo de cobre en el propio árbol.”
Plinio incluye la descripción del tejo en el apartado relativo a los árboles silvestres, dentro de la sección de coníferas, haciendo un gran hincapié en el potencial tóxico de la especie. Y añade una novedad con respecto a esta característica del tejo, y es una referencia a la etimología de la palabra “tóxico”, indicando que proviene de “táxico”, es decir, del tejo, y que significa “usado para envenenar flechas”. De hecho, numerosos autores (André 1985), han confirmado esta hipótesis, asociando el término griego toxon (arco) con la relación entre el arco y la flecha impregnada de tejo.

Tiberio Cacio Asconio Silio Itálico [25 - 101], conocido más comúnmente como ‘Silio Itálico’, fue un político y poeta épico latino. Su obra más conocida, Punica, relata en forma de largo poema la Segunda Guerra Púnica, celebrada dos siglos antes entre Roma y Cartago. A la hora de describir a los pueblos de la Península Ibérica, Silio Itálico representa a los cántabros como un pueblo aguerrido y luchador, que defiende su territorio a ultranza, y que cuando los ciudadanos alcanzan una edad en la que la vejez impide realizar tareas bélicas, ponen fin a sus vidas envenenándose con tejo.
 
Silio Itálico – Punica
Libro III, 326-331
“El cántabro, invencible ante el frío, el calor y el hambre, se lleva antes que nadie la palma en toda clase de trabajos. ¡Admirable amor a su pueblo! Cuando la inútil edad senil comienza a encanecerle, pone fin a sus años, ya no aptos para la guerra, envenenándose con el tejo. Para él es imposible vivir sin la guerra, pues toda la razón de su vida la pone en sus armas, considerando un castigo vivir para la paz.”
Una situación semejante es descrita por Lucio Anneo Floro [74-130], historiador romano durante el mandato del Emperador Adriano [117-138], conocido comúnmente como Floro, fue una de las principales fuentes de las guerras cántabras durante la ocupación romana de la Península Ibérica. En su obra Compendio de las hazañas romanas (en latín Epitome rerum Romanarum), describe que los guerreros cántabros preferían el suicidio a la esclavitud, de forma que cuando percibían que la batalla podía ser perdida, entre los métodos elegidos para quitarse la vida, el envenenamiento con brebajes elaborados con semillas de tejo era uno de los más empleados (González Echegaray 1999, Peralta 2000). Esta descripción Floro la realiza en el contexto de la explicación de los métodos tácticos y operaciones militares durante la época romana en Hispania, ubicándolo en un lugar denominado Monte Medulio, en un párrafo que supondrá un verdadero enigma para los autores que desde la Edad Moderna tratarán de ubicar dicho monte en la geografía noribérica, sin que exista un consenso ni tan siquiera una hipótesis medianamente contrastada (Tuñón y Quirós 1858, 1890; Díaz Jiménez 1885, Menéndez Pidal 1897, Risco 1952, Labrada 1804, González Echegaray 1986, Fernández Vázquez & Fernández Vázquez 1997), de modo que dicha ubicación se ha convertido en una especie de icono que ha alcanzado matices pseudomitológicos.
 
Floro – Compendio de las hazañas romanas (Epitome rerum Romanarum)
Libro IV, Cap. XII
Sobre las operaciones militares en Hispania
“Cercados en el monte Medulio por los Romanos, que habían abierto a su alrededor un profundo foso de quince mil pasos de radio, y atacados en todas direcciones, los bárbaros. reducidos al último extremo, anticiparon su muerte en un banquete con el fuego, la espada y un veneno que comúnmente exprimían del árbol llamado tejo, librándose así la mayor parte de este pueblo de la esclavitud que le amenazaba.”
Pedanio Dioscórides Anazarbeo [40 - 90] fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia que practicó la medicina en Roma en la época del emperador Nerón [37 - 68] . Desempeñó la función de cirujano militar en el ejército romano, razón por la que pudo viajar en busca de sustancias medicinales en todo el mundo conocido (Borzelleca 2001). En su obra principal, “De Materia Médica”, de 5 volúmenes, escrita en griego, incluyó una descripción de más de 600 plantas medicinales, entre las que se encuentra la del tejo. Dioscórides se refiere al tejo con los nombre conocidos en griego, esto es, Smylace, Smilax o Thymo, si bien al igual que Plinio, incluye los nombres griego y latino de la especie, de forma que para la forma latina indica que el nombre empleado es taxo.

“De Materia Médica” sería traducida en el siglo XVI al castellano gracias a la obra de Laguna (1570), a través de la cual llega el siguiente pasaje. En el mismo, de forma análoga a Plinio, describe las zonas de presencia el tejo en Europa, la morfología de la especie, y entra a valorar su potencial tóxico, tanto en el Libro IV (“acerca de la materia medicinal”) como en el Libro VI (“de los venenos mortíferos”). Los postulados de Dioscórides serán una constante en diversos tratados medicinales de los siglos posteriores (López de Araújo 1725).
 
Dioscórides - De Materia Médica (περί ύλης ιατρικής)
Libro IV, Cap. LXXXI
Del árbol llamado Smylace
“El Smylace llamado de los Latinos Taxo, es un árbol semejante al abeto, así en la grandeza, como en las hojas. Nace en Italia y en la Narbona, vecina a Iberia. Los pajarillos que comen el fruto del que nace en Italia se ahogan y los hombres que lo comen sufren diarrea. El tejo narbonense tiene tanta vehemencia que ofende gravemente a los que a su sombre se duermen o sientan, y aun muchas veces los mata. Quise aquí recitar su historia, para que se guarde cada uno de él”
 
Libro VI, Cap. XII
De Smilax
“El árbol llamado comúnmente Smilax, y de algunos Thymo, así como de los latinos Taxo, si se bebe induce por todo el cuerpo una gran frialdad, ahoga, y da muerte muy acelerada. Estos inconvenientes requieren los mismos remedios que la cicuta.”
Galeno de Pérgamo [129-216] fue un médico, cirujano y filósofo griego en el Imperio Romano (Brain 1986). Sus obras, al igual que las de Dioscórides, fueron escritas en griego, y llegaron hasta la Europa medieval gracias a las traducciones del mundo árabe (Barquero 2007), entre las que destaca en el siglo IX la realizada por Hunayn ibn Ishaq al-Ibadi [809-873], escritor, médico del califa Al-Mutawakkil [821-861], y obviamente traductor. Cabe destacar que durante esta época, los tratados de medicina árabe se apoyarían en gran medida en los postulados de Galeno, como es el caso de Ibn Sina [980-1037] o de Ibn Wafid [998-1075], entre otros. No obstante, no será hasta varios siglos más tarde cuando la obra de Galeno será traducida al latín con diferentes versiones de distintos traductores, entre las que cabe citar la realizada por Kühn (1826), en la que se incluye el tomo donde se habla del tejo.

Sin embargo, Galeno le dedica mucha menos atención al tejo que Dioscórides o Teofrasto, indicando solamente que posee propiedades venenosas, pero sin describir morfológicamente o ecológicamente a la especie, o los posibles usos terapéuticos del mismo, lo cual contrariamente es asegurado en diversas referencias (Segura & Torres 2009, Blanco 2014).
 
Galeno de Pérgamo – Sobre las facultades y naturaleza de los medicamentos simples (Περὶ Κράσεως καὶ Δυνάμεως τῶν Ἁπλῶν Φαρμάκων)
Libro XII, 127
De Smilace
“El Smilax o árbol del tejo posee facultades venenosas”
 
Simbolismo en torno al tejo
 
Como se ha visto en apartados anteriores, durante la Grecia y Roma clásicas, el tejo se incluye en las diversas obras escritas como una especie silvestre, y nunca como una especie cultivada. El tejo como árbol sagrado y totémico ha tenido un gran significado para muchos pueblos del norte peninsular y de toda la fachada atlántica de origen céltico, particularmente de buena parte de la Cordillera Cantábrica, encontrándose referencias antiguas sobre este en escritos cántabros, astures o vascones, y conservándose un sorprendente vínculo patrimonial relativo al mismo.

Se han registrado unas interesantes investigaciones recientes respecto a un castro con altar en la sierra soriana de Cabrejas, en el que tal y como figura escrito en el dolmen,  los pobladores rendían voto a Eburos, relacionado con una divinidad celta (Sanz-Aragonés et al, 2015). Marco (2013) relaciona este hallazgo con el bosque y los árboles sagrados esenciales en el mundo céltico vinculados pues con los eburóvices o eburones, los pueblos galos del tejo. Incluye además en su investigación ciertas relaciones con otros derivados compuestos de la toponimia céltica como eburocetón (bosques de tejos) o eburoialum (claro entre tejos). Incluso de origen muy anterior, provienen las hipótesis propuestas por Almazán de Gracia (2017), donde muestra motivos decorativos y cerámicas campaniformes con grabados de ramos que se asemejan al tejo y contienen posibles connotaciones sacras. Este tipo de grafías son objeto de estudio en la actualidad y aparecen repartidas por otras zonas del territorio castellano- leonés como la salmantina Sierra de Francia (Fernández et al, 2014).



Figura 1. Representación de ramo con forma de tejo en cerámica numantina. Modificado de Almazán-Gracia (2017)

No será hasta la Edad Media cuando el tejo comience a ser usado en jardinería. La mala fama del tejo en el mundo clásico justifica su ausencia de su uso como ornamental, tanto en los jardines griegos como romanos, y que esto a su vez se debe a la inexistencia de una tradición de uso previa, ya que el tejo no había sido empleado en los primeros jardines de la Creciente Fértil de Mesopotamia. Su ausencia se prolongará a los jardines griegos, romanos (e incluso altomedievales europeos), en cuyos primeros ejemplos se plantaban cedros, pinos, cipreses, mirtos, etc.; así aparecen en los relieves asirios, en la literatura (incluida la Biblia), etc. Resulta paradójica esta ausencia cuando en a partir de la Baja Edad Media su presencia en jardines y su uso como ornamental comenzará a generalizarse, hasta convertirlo en una de las especies más usadas en la Europa continental, sobre todo debido a sus requisitos, razones climáticas, valores estéticos y capacidad topiaria.

El tejo era una especie funeraria, que se asociaba a la Diosa Hécate, diosa que separaba las puertas del mundo de los vivos con el mundo subterráneo de las sombras. El tejo se vincula con la inmortalidad, que se considera la muerte una simple transición (Bolen 2003). Se encuentran referencias muy antiguas en escritos cántabros, astures y vascones de la práctica de la eutanasia y el suicidio durante sus enfrentamientos con el pueblo romano. López de Guereñu, 1984 in Cortés et al, 2000, dice: “los vascones, al verse perdidos antes de ser crucificados, ingerían cantidad de narcóticos murendo sin dolor entre cánticos e insultos a sus enemigos que contemplaban el espectáculo llenos de temor y asombro”, lo mismo ocurrió con astures y cántabros relegados en estas mismas guerras a los montes de León (Teleno, Mampodre, Las Médulas) donde, sometidos por el hambre, mujeres, niños y ancianos preferían beber un brebaje de raíz de tejo antes que entregarse.

En gran parte de estos pueblos tenían la creencia de que “aquéllos que durmieran debajo de un tejo hallarían la muerte o la enfermedad, ya que su sombra se suponía nociva”. Por el contrario, tal y como se puede ver hoy día – sobre todo en algunas zonas del occidente de la Cordillera Cantábrica-, existe la creencia de que el tejo ahuyenta los rayos y tormentas, facultad que se extiende a los malos augurios y espíritus en general. En los Aquilianos leoneses los pastores construían sus cabañas bajo árboles de tejo.
Esta costumbre arraigada se extiende a ambas vertientes de dicha cordillera y trasciende a la curiosa plantación de tejos en la entrada de las casas, justo en la misma puerta para no perder esa propiedad protectora con una connotación mística muy arcaica.

Una particular plantación de tejos la encontramos en el extrarradio de Ponferrada (León). Martínez in Manso et al. (2012) realiza una original exploración acerca del origen silvestre de más de 70 ejemplares de tejo plantados y diferenciados de aquéllos de origen ornamental procedentes de jardinería. En su investigación, concluye que los primeros fueron plantados en los barrios periféricos ponferradinos por los propios vecinos nativos de los pueblos de las montañas circundantes. Los bajaron en su diáspora hacia las zonas industrializadas a mediados del S. XX. Es decir, que en su mudanza, ese éxodo rural tan recurrente de la cordillera, muchos de ellos portaban consigo además de “familia, enseres, cochos y trozo de huerta”, lo que el autor denomina como los “tejos emigrantes”. Es en cierto modo una renovación de la conexión ancestral. El árbol más antiguo tiene alrededor de 80 años de acuerdo a las dataciones realizadas.

Los usos que las poblaciones locales han realizado en las zonas ocupadas por las tejedas, o el aprovechamiento que han hecho de las especies que las caracterizan (fundamentalmente de tejo, Taxus baccata), muestran el carácter ancestral de estas formaciones, y cómo han sido testigos de la adaptación del hombre a las adversidades del territorio. Los usos tradicionales que se han venido realizando en las áreas en las que se conserva el hábitat 9580* Bosques mediterráneos de Taxus baccata no parecen incidir de forma especial sobre las tejedas. Probablemente eso es debido a que las formaciones de tejo se localizan en áreas remotas, alejadas relativamente de los núcleos rurales y con un difícil acceso.

Cabe destacar como uno de los usos tradicionales más generalizado del tejo en la zona de la montaña oriental de Galicia (Terras de Burón, Os Ancares, Pena Trevinca) el empleo de sus ramillos foliares en los inviernos más rigurosos como alimento para el ganado vacuno: durante aquellos años en que la montaña oriental gallega quedaba sepultada bajo espesas capas de nieve durante semanas, y ante la imposibilidad de salir a pastar, la recolecta de unas escasas ramas de tejo por parte de los habitantes de las aldeas constituían el único alimento que recibían sus vacas tras haber agotado todas las reservas de forraje disponible. Se ha recogido también este uso tradicional en los montes leoneses, aun a sabiendas que dosis elevadas consumidas por este tipo de ganado son venenosas o cuanto menos abortivas.  Nunca se acompañaba de agua (Domingo “Pumarego” com. pers.).

Otro de los usos que se conoce en Galicia, más específico, es el empleo del tejo como cortavientos para proteger las casas y las airas (eras) en las que se confeccionaban los palleiros (pajares). Además de estos usos, el tejo (Taxus baccata) es una especie arbórea respetada por la población del área oriental de Galicia, fundamentalmente debido a su elevada longevidad y su toxicidad para la especie humana. La relación entre el tejo y personas ha sido larga y compleja, lo cual ha motivado que la presencia del tejo haya dejado una importante huella en numerosos aspectos de la vida cotidiana de estas poblaciones.


Imagen 1: Uno de los usos tradicionales más generalizados del tejo (a la izquierda de la foto) en la zona de la montaña oriental de Galicia (en la fotografía Piornedo, Cervantes, Lugo), era el empleo de sus ramillos foliares en los inviernos más rigurosos como único alimento disponible para el ganado vacuno.

En Palacios del Sil (León), ahumaban a las vacas con ramas de tejo cuando tenían cólico. En un caldero ponían brasas con ramas de tejo y les daban “escobazos en el lomo”. También se hacían sahumerios o “fumazos” con tejo, laurel y la paja de la “riestra” del ajo. Los sahumerios mencionados anteriormente también se empleaban contra el resfriado de las vacas. (Conecte, 2018).

Otra costumbre, que aún se conserva hoy en varios pueblos, es el uso del ramo de tejo en rituales religiosos, tanto de origen funerario, sobre todo en día y vísperas del 1 de noviembre, como en otras festividades, generalmente asociadas a periodos lunares clave. El Día de Muertos es esencial para comprender la importancia de este árbol en la mitología celta. Así, el primero de noviembre corresponde al Samaín, asociado al solsticio de invierno y, de acuerdo al calendario celta, al tejo (Abella 1996, 2009).

La utilización del ramo de tejo como ramo bendecido el Domingo de Ramos, o para engalanar ermitas, santos o arcos procesionales religiosos, sigue presente en algunos pueblos del norte peninsular. Tan arraigado estaba este uso que incluso en pueblos como Chanos, en Sanabria (Zamora) el nombre que se le da al tejo es precisamente “ramo”.


Imagen 2: Detalle de ramo colocado en la puerta de una casa berciana para ahuyentar las tormentas y los malos augurios. Foto: “A Morteira”


Imagen 3: Ramo de tejo colocado en la cruz de un camposanto en Compludo, León. Este pequeño detalle muestra la arraigada tradición funeraria de origen ancestral que todavía hoy conservan algunos habitantes en el mundo rural del territorio. Foto: Isidro Canóniga.

En lo referente a la mitología asociada para el territorio, se mencionan a continuación algunos de los ejemplos más relevantes:

En el burgalés Condado de Treviño, embebido en el territorio vasco, y muy cercano a la ciudad de Gasteiz, se puede encontrar una singular cueva desde el centro de la cual, pende literalmente un viejo tejo. Este lugar con alto contenido simbólico conocido como la “Cueva del Agin” guarda relación con otros ejemplos cercanos de la  dilatada mitología vasca.  Muy próximo a este lugar existe también una singular Tejeda con ejemplares añosos embebidos en un hayedo submediterráneo, el “Aginal de Arralde”, en un barranco deudor del río Ayuda.

Una de las más importantes leyendas entorno al tejo proviene de tierras bercianas, y versa sobre  la sierpe de Rupiana, muerta por San Fructuoso. “Muy cerca del monasterio de Montes se halla la ermita de la Santa Cruz, en cuyo retablo se representa la célebre sierpe. Desde la ermita se contempla el abismo y allá abajo se abre la boca de una cueva legendaria. Es la cueva donde vivía la famosa sierpe, representada en lo alto del retablo de la ermita, y donde se aprecia el ojo del terrible cuélebre. Este vivía en una covacha a orillas del Oza, debajo del castro de Rupiana, y era tal su magnitud que su cola aún estaba en la cueva cuando su cabezota subía hasta las proximidades de la ermita, comiéndose hombres y animales. San Fructuoso libró para siempre a sus monjes y vasallos de este demonio de Rupiana. Se las arregló para ello emborrachando a la sierpe con un gran pan de harina de castañas amasado con jugo de tejo y de apio hasta dormirla. Luego le metió por un ojo, como se aprecia en el retablo de la ermita, un gran madero de castaño aguzado y requemado en fuego hasta abrasarle el cerebro “(Alonso, 1994).

Además, Mariano Roso de Luna escribió en 1916 un libro que relata la vida del asceta San Genadio, haciendo algunas referencias a San Fructuoso como seguidor de éste, “vida sublime, imitada luego por San Fructuoso, el de los dados de madera de tejo, que se conservan en la Capilla de Nuestra Señora del Dado”.

Uno de los relatos de mayor interés que relacionan la mitología vasca con el tejo viene de la mano de José Miguel de Barandiarán, bajo la mediación compiladora de Abella en sus diferentes publicaciones en torno al tejo y su cultura asociada, y dice así:

“Varios marinos de Mutriku apostaron contra un compañero suyo a que éste no traía de noche una rama de tejo que se levanta al borde de una sima del monte Arno. El sostenía que sí, subió a la boca de la sima, y allí se le apareció un león que le pregunto qué hacía. El marino le explicó el caso, más el león le replicó que no le dejaría cortar la rama de tejo ni volver al pueblo, si antes no le decía tres verdades. El marino se las dijo de esta manera:

1ª. El sol es caliente pero más es el fuego
2ª La luna (= illargia) es clara (=argia) pero más lo es el sol.
3º He visto perros grandes pero ninguno tan grande como tú.
El león le dejó cortar la rama de tejo, y luego el marino volvió a Mutriku“

En una conversación a pie de hayedo en el puerto de Lizarrasuti, un vecino de Olaberria contó a los autores del documento “Caracterización y diagnosis previa del Hábitat Prioritario ”Bosques mediterráneos de Taxus baccata (9580*)” en Pagoeta y Aralar”, realizado en la acción A1 del proyecto Life Baccata, otra interesante historia relacionada esta vez con las guerras de sucesión del S XIX:

“Un soldado carlista perseguido a caballo por tropas isabelinas, se detuvo a la desesperada frente a una pequeña charca de Aralar, al borde de la cual crecían unos tejos. Sin detenerse lo más mínimo cortó numerosas ramas de tejo y las echó al agua saliendo de nuevo en huida. Al llegar las tropas perseguidoras al lugar, los caballos se detuvieron a beber agua en la propia charca, cayendo tiempo después muertos por envenenamiento y permitiendo escapar al soldado definitivamente”.
 
Los tejos de culto 
 
La tradicional plantación de tejos en ermitas, cementerios y otros lugares de relevancia espiritual, ha aportado un enorme legado cultural repartido por buena parte de la cordillera Cantábrica. Las localizaciones suelen coincidir con lugares sacros para los pobladores precristianos, tal y como ocurre en todo el arco atlántico donde existe la misma conexión ancestral en torno al tejo como entidad simbólica de primer orden para los pueblos celtas.

Como ha sido habitual, en muchas religiones, pero especialmente en la expansión de la cristiandad, esta condición fue aprovechada por los neocolonizadores para adaptar muchas costumbres a la creencia a modo de sincretismo. Y esto puede plasmarse desde ciertos motivos ornamentales tallados en piedra que representan una rama de tejo en templos prerrománicos como el de San Miguel de Lillo al igual que en otras localidades astures.

Sin lugar a dudas, ciertas áreas del centro y sur de Inglaterra junto con Gales, Normandía y la Bretaña francesa conforman el conjunto más espectacular y monumental de tejos de iglesia (ver por ejemplo, https://www.ancient-yew.org). Lamentablemente, el conjunto monumental irlandés (y algunos condados de la propia Inglaterra como el de Kent) parece que fue desapareciendo en las cruentas guerras entre estos territorios, ya que la corta de estos árboles por parte de los enemigos invasores suponía la eliminación de un importante significado simbólico para los pueblos y regiones afectadas (Hagueneder, 2007; McGeeney, 2013).

De forma análoga a estas áreas europeas, así como a otras áreas ibéricas (Ramil Rego et al. 2008a,b), un número importante de tejos ha sido empleado en el Norte de la Península Ibérica como ornamento de lugares relevantes en la vida cotidiana de las comunidades rurales, como son los ámbitos religiosos (iglesias, cementerios) y también en lugares de uso público (plazas, fuentes, etc.). Esto provoca que en la actualidad sea posible encontrar monumentales ejemplares en estas localizaciones, que probablemente atesoran varios siglos de edad, presentando espectaculares formas y portes, así como troncos de elevadas dimensiones con grandes oquedades y contrafuertes que les confieren un mayor valor patrimonial.


Imagen 4: Vista general del hábitat 9580* en Teixadal de Casaio, ZEC Pena Trevinca (ES1130007).

Las excepcionales características de estos tejos monumentales han motivado su protección y catalogación en las distintas normativas autonómicas. En Galicia, los tejos de mayor interés han sido incluidos en el Catálogo Gallego de Árboles Singulares (CGAS), aprobado mediante el Decreto 67/2007, de 22 de marzo (DOG nº 74, 17/04/2007), en aras de dotarlos de medidas específicas de protección de su integridad. Entre los ejemplares más destacables de tejos incluidos en el CGAS es posible citar los de Baldomir (Bergondo) y Viladonelle (Neda) en la provincia de A Coruña; Balmonte (Castro de Rei), Carballido (A Fonsagrada), Pasada (Baleira), Córneas (Baleira) y Cereixido (Quiroga) en la provincia de Lugo; o los tejos del Teixadal de Casaio (Carballeda de Valdeorras) en la provincia de Ourense. Aunque no incluidos en dicho catálogo, también resultan dignos de mención tejos de iglesia como los de Vilameá (A Pontenova), Noceda (Folgoso do Courel), o Fonfría (Pedrafita do Cebreiro), así como individuos ornamentales en pazos y núcleos rurales como en el Pazo dos Tenreiro (Pontedeume, A Coruña), Pazo de Mariñán (Bergondo, A Coruña), Piornedo (Cervantes, Lugo), Vilalba (Vilalba, Lugo), Altide (Begonte, Lugo), Luxís (Castro de Rei, Lugo) o La Unión (Sarria, Lugo). En todos estos casos se trata de espectaculares ejemplares, algunos de los cuales se encuentran entre los árboles más estudiados, historiados y populares de Galicia (Codorníu y Stárico 1912; Areses 1952, 1953; Castro et al. 1989; Rodríguez Dacal 2001; Rodríguez Dacal & Izco 2003; Casal Pita 2008; Olano 2004) cuya edad se estima en varias centurias, y sobre el que recae una dilatada e interesante historia con respecto a la propiedad en la que se sitúa.


Imagen 5: Tejo de Baldomir (Bergondo, A Coruña), incluido en el Catálogo Gallego de Árboles Singulares.


Imagen 6: Tejo de Carballido (A Fonsagrada, Lugo), incluido en el Catálogo Gallego de Árboles Singulares.

En Asturias, han sido declarados como Monumento Natural aquellos tejos que poseen un mayor valor patrimonial, estético, botánico o simbólico, como los tejos de Bermiegu (Quirós), Pastur (Illano) o Lago (Allande). En aquellos casos en que los tejos se sitúan en un entorno de gran valor histórico junto a una iglesia o cementerio, este conjunto ha sido declarado como Sitio Histórico, como ocurre en las iglesias de Martul (Villanueva de Oscos), Rozadas (Boal), Cenero (Gijón), San Martín del Mar (Villaviciosa). No obstante, existen ejemplos notables de tejos cuentan con ambas consideraciones, como es el caso de los tejos de Salas (Salas) o Santibanes de la Fuente (Aller).

En Euskadi los tejos monumentales han sido delcarados como Árboles Singulares, como los de Pagoeta (Aia), Aginalde (Zeanuri), Aginarte (Zeanuri), Antoñana (Campezo) e Izarra. En Navarra los tejos de mayor porte también cuentan con la declaración de Monumento Natural, como son los tejos de Otsaportillo (Ameskoabarrena), Auztegia (Otsagabia) y Etxalar.


Imagen 7: Tejo de San Cristóbal de Valdueza, León. Foto: socios Life Baccata.


Imagen 8: Pueblo de Teixeira, Folgoso do Courel, Lugo, con varios tejos junto a las casas. Foto: Socios Life Baccata.
 
Usos recientes
 
El tejo es una especie arbórea respetada por la población fundamentalmente debido a su elevada longevidad y su toxicidad para la especie humana. Por ello, un número importante de los mismos ha sido usado como ornamento en lugares relevantes en la vida cotidiana de las comunidades rurales, como son los ámbitos religiosos (iglesias, cementerios) y también en lugares de uso público (plazas, fuentes, etc.).
Los usos que las poblaciones locales han realizado en las zonas ocupadas por las tejedas, o el aprovechamiento que han hecho de estas, muestran el carácter ancestral de estas formaciones, y cómo han sido testigos de la adaptación del hombre a las adversidades del territorio.

Dentro del contexto histórico y sociocultural, el tejo ha mostrado una conexión ancestral con el ser humano, y como ya se ha apuntado, son múltiples los usos que a lo largo de la geografía española se le han dado a los recursos ofrecidos por el tejo en función de las necesidades de cada momento.

Gremios como los pastores y ganaderos son grandes conocedores de los usos y propiedades del tejo, fruto del conocimiento adquirido durante los largos periodos que permanecían con el ganado en la montaña. Como exponente de los usos más comunes destacar las propiedades abortivas para el ganado, y el empleo de su madera para la confección de los típicos bastones o zarras, así como para la confección de collarines, badajos y cencerros para las ovejas.

En este sentido, uno de los usos más comunes desde tiempo atrás ha sido el empleo de la propia madera de tejo, gracias a sus bien conocidas cualidades en cuanto a durabilidad y resistencia, para la elaboración de herramientas, objetos y útiles de trabajo.

Por ejemplo, se encuentra muy extendido en el ámbito peninsular el empleo de la madera como elemento estructural, tales como vigas de carga y medianeras (Dehesa de Montejo, en Palencia, Macizo de Gorbea entre Vizcaya y Álava, donde el caballete estructural se denomina “agine”, etc.), así como para la fabricación de tornos y piezas necesariamente duraderas para los carruajes, ejes de carros, útiles de labranza y hasta incluso ganchos y bases para cortar la carne.

Otro ejemplo muy extendido no solo para la especie europea de tejo, ya que también se ha recogido para la mexicana (Taxus globosa), es la de su uso como estacas para cierres y linderos.

Como uso popular hasta tiempos recientes destaca el empleo de la madera de tejo para la confección de utensilios de cocina tales como tenedores y cucharas.

En Castilla y León y el País Vasco, destaca el empleo de la madera de tejo para la realización de tallas religiosas y la construcción de bolos, ruecas para hilar lana, cepillos de carpintero, garlopas e incluso castañuelas y otros instrumentos musicales como gaitas y rabeles. Aunque menos extendido, también se ha constatado el empleo de la madera en carpintería, para la construcción de muebles y camas.

Cabe destacar que uno de los usos tradicionales más específicos que se conoce en Galicia, es el empleo del tejo como cortavientos en el NW de la provincia de Lugo, usado como cortavientos para proteger las casas y las airas (eras) en las que se confeccionaban los palleiros (pajares).


Imagen 9: Plato de madera de tejo para la elaboración de la mantequilla, llamado “Plato macho”, de un pueblo omañés. Foto: I sabel González.

 

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